Con Joel-Peter
Witkin, nuestro ojo se encuentra de lleno con una imágen a priori desagradable en nuestro ideal universo de lo bello. Sus representaciones
revuelven, asquean, nos hacen cerrar los ojos o mirar para otro lado. Lo que en
pintura nos agrada, aunque estemos ante las pinturas negras de Goya, en fotografía nos repele. Y
ello es debido a que estamos ante retazos de realidad, aunque a veces sea una realidad
inventada, maltratada.
No
es extraño, que Witkin, fotógrafo nacido en Nueva York que se formó en
escultura, recurra en muchas de sus fotografías a cuadros
de la historia de la pintura. No
es de extrañar que mezcle Las Meninas de Velázquez con El
Guernica de Picasso.
O que convierta algo tan bello como La Venus de Botticelli en una postal horrenda.
De
algún modo se apodera de los personajes de Diane Arbus y
los inserta en escenas inspiradas de la mitología clásica o la Biblia. En este
sentido, Witkin es una poderosa fuente de
recursos basados
en los pilares que han sustentado la historia del arte durante siglos. Pero él
los presenta a su manera.
Su
mundo es el de los transexuales, los mutilados, los enfermos. Su
concepción de la fotografía se aleja de lo bello, pero de algún modo atrapa, queremos
seguir mirando sus obras porque nos enseñan algo que nuestra imaginación no
alcalza a crear. Es la fascinación por lo desconocido lo que nos hace dar
gracias de no estar presente en la sesión fotográfica, sino de ver la obra
terminada.
Autor: Sandra Fernández Martínez
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